Como latas de cervezas vacías y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días
como figuras que pasan por una pantalla de televisión
y desaparecen, así ha pasado mi vida...


Ernesto Cardenal

domingo, 21 de octubre de 2007

Ya no volvería a sonar

En esos instantes me di cuenta que era como la misma mañana que decidió partir. Su soledad vagaba por cada uno de los cuartos hasta hacerse material y golpearme el rostro. Pude haberle dicho vuelve, con los ojos inflamados o tal vez pedirle perdón en voz baja. Ella había colgado el teléfono dejándome denuevo con el frío de septiembre, otra vez con el miedo a una cama vacía. Sus palabras aún perforaban mis oídos, su llanto se me escurría por los labios. Apagué las luces y me quedé parado en la ventana, pensando qué debí de haber hecho, qué pude haber ahogado antes de que pueda respirar. Recordé su rostro, sus maletas sobre la mesa, su silencio como un adiós, su espalda y después el golpe de la puerta al cerrarse. Sentí que nunca se había ido hasta esos momentos que caía en la cuenta que realmente ya no iba a volver, era como esa mañana, nada más que ahora entendía que todo era de verdad. Ya no éramos los jóvenes que jugaban al hogar, que trataban de encerrar el mundo entre cuatro paredes, no nos dimos cuenta cuando nuestras fronteras traspasaron esa realidad y chocaron con otras. El teléfono sonó en el fondo del cuarto, era ella, estaba seguro pero no podía levantar el auricular y decirle que regrese. Parado junto al teléfono no pude contener un llanto ácido, un sentimiento de culpa y de rencor. Había pasado casi un año desde que se fue, no esperaba su llamada, no esperaba encontrarme con viejos fantasmas, la extrañaba, hubiera cambiado lo que sea por tenerla otra vez sentada en la mesa contándome su día en el trabajo, por sentir su cuerpo ocultarse lentamente dentro del mío. El teléfono dejó de sonar, me asusté porque sentía que todavía la amaba cuando pensaba que era un recuerdo añejo. Quizás esa había sido la última oportunidad para vencer nuestros temores, para tratar de terminar una vieja riña. Esperé toda la noche que el teléfono volviese a sonar mientras bebía, empezó a amanecer y entendí que ya el teléfono no iba sonar. Ella tenía razón, no era el invierno lo que la atormentaba, siempre había sido yo.

martes, 16 de octubre de 2007

Ella dormía

Ella continuaba desnuda sobre la cama. El cuarto tenía impregnado su aroma en cada rincón. La veía desde un punto lejano, como si yo no existiese en ese espacio de tiempo. Ella dormía, con una sonrisa a medio dibujar en ese rostro de ninfa urbana. Me acerqué temeroso, con sal en los labios, con el corazón congestionado pero ella no estaba en ese cuerpo. Le acaricié los cabellos con cuidado para no despertarla. El otoño se fue en cada paso que di hasta la cama. Su respiración rompía el silencio por breves momentos. Me acerqué a la ventana, vi la calle vacía, sentí al viento frío que no se atrevía a entrar y rozar su piel. Ella estaba allí, donde tantas veces la necesité cuando la desolación desbordaba de mi manos. El cuarto estaba oscuro, ella abarcaba todo sólo que ahora dormía y su presencia silenciaba a mis demonios. Volví la mirada y sus ojos me apresaron dentro de sus córneas. Ven a mi lado. Di dos pasos y tuve miedo que todo sea tan solo una mentira encerrada dentro de un sueño. Ven, te necesito. Me detuve a dos metros de ella, me tocó el brazo y tuve la seguridad que esta vez todo era real.

viernes, 12 de octubre de 2007

Breve mirada

Sus pasos se disolveron en el aire. Primero fue un vistazo, después sus ojos me contuvieron antes de perderme en su mirada. Ella sonreía, silenciosa, lejana; la observé mientras dejaba un halo a rosas frescas tras de sí. Nunca sabría su nombre, nunca le daría una despedida gastada debajo de la estación del bus. Ella era un ser etéreo que se desvanecía en plena noche y aparecía cuando alguna luz la tocaba. Mis oídos nunca alcanzarían su voz cuando susurrara en plena oscuridad. Volteó en una esquina, me dejó con la duda, con un plomo en el pecho, en algún lugar la había conocido, tal vez en una vida pasada, tal vez en un sueño incompleto. Me senté en la estación a pensar en sus ojos, en su sonrisa de primavera, en lo torpe que es la vida cuando se es solamente un desconocido.

jueves, 11 de octubre de 2007

Invierno en la ciudad

Invierno en la ciudad, entre cuatro paredes amarillas, suelen ser tan lentos los días, tan difíciles las tardes, invierno en esta ciudad, gris, a veces roja, un invierno solitario, de pasos perdidos, con un corazón roto viendo una película romántica sin final, invierno en la ciudad, con un papel y un lapicero sobre una mesa de una silla, con un cigarrillo prendido consumiéndose lentamente, con las noches de una sola estrella, con un acertijo sin respuesta como vida, invierno en la ciudad, nadie ha regresado, a echarse sobre esta cama, a llorar sobre este olvidado, invierno, tres meses que nunca se han marchado de este cuarto, volviendo al silencio de sus razones, al estado basal de una juventud sin sorpresas, invierno en la ciudad, veo por esta ventana polvorosa su sombra pasar, ella me ve, no ha sido nada, tan solo la niebla que se disfraza de mujer herida, invierno en la ciudad, los autos pasan, la lluvia cae, el silencio invade cada rincón de este conglomerado de carne y huesos, con un alma sin rumbo, con una mano para arrancar la otra mano, con una boca que se olvidó de besar, un cuarto, una mesa, una silla, todo lo que tengo mas estos pensamientos vacíos, unos ojos que no distinguen más allá de su propio miedo, con la mirada vertical, invierno en la ciudad, es tan cruel la indiferencia, su cielo, su canto, su voz intermitente, es mejor estar solo con este invierno, sin tu cuerpo para estos lapsus, invierno en la ciudad y nadie se ha dado cuenta que sigo acá, esperando las cartas sin escribir, gritando en el cuarto de un hotel sin tu presencia en la esquina de mis brazos, (el grito rompe todo, rompe mis oídos, mis recuerdos, lo que aun puedo llamar corazón ,lo invade todo, es el ruido más sórdido que he oído, y nadie responde…) invierno en la ciudad, qué ha quedado sobre mis papeles sin letras, sobre mis libros sin leer en este infierno tan frío y despiadado, nada más que este invierno sin respuestas, plagado de promesas, de pronto volveré aunque sea para llorar, soy un ser efímero y simple que trató de amar bajo un invierno antiguo, un invierno de la misma edad de mis párpados, que vivió de préstamo la felicidad, una felicidad con rostro de medusa, con labios de sal, invierno en la ciudad digo en voz muy baja, como para no oírme (hace mucho que nadie oye mi voz), y volteo la mirada por una corazonada tonta y estás allá, sobre sus aguas, sobre la miseria de su amor, no me vez, te marchas lentamente a otra ciudad sin inviernos, a otra ciudad sin corazones rotos que desenterrar, te entiendo, de nada te sirve un loco sin tema, un cuarto, una mesa de una silla, una cama sin tender, donde solo han quedado tristezas como letras de cambio, donde solamente he quedado yo como mirada al pasado de lo que pudo ser algo de sol, invierno en la ciudad, un parque vacío, una casa sin puertas, la música de un ascensor.